domingo, 4 de abril de 2010

Afecto Íntimo con la Naturaleza



Al mirar el poder y, a la vez, la tranquilidad de la naturaleza, se pone uno a reflexionar sobre la posible desaparición de la naturaleza tal como la conocemos. No es que la naturaleza debe estar estática, al contrario; debe seguir su movimiento fluido, sus momentos de reposo, sus grandes oleadas destructivas, sus sequías, inundaciones, desertificaciones, desgastes, y sus majestuosos árboles caídos estrepitosamente en alguna parte, zarandeados por el viento. Todo esto y mucho más sería demasiado variado o imperceptible para describir adecuadamente en palabras, pero eso sí, estamos rodeados y penetrados por todos estos fenómenos vitales que llamamos cielo, mar, tierra, ríos, desiertos, montañas y un sinfín de elementos que nos dan vida, sosiego, y sí, un poco de miedo o incluso hasta terror en algunas ocasiones.


Estas experiencias son tan primitivas, pero vivimos tan alejadas de ellas que olvidamos que nuestra vida depende de que la naturaleza que nos sostiene esté en óptimas condiciones para que podamos tirar adelante como criaturas humanas. Parece que los momentos que disfrutamos al oír los pájaros cantar, el viento soplar o el sol brillar durarán para siempre, o, si somos cortos de visión, por lo menos durante nuestra vida y la vida de nuestros hijos. Pero imagína por un momento los preciosos cielos azules cubiertos de nubes negros de humo que no dejan pasar los rayos del sol, o los árboles verdes transformados en bosques calcinados y muertos. Imagina un helado constante, una sequía que lo deja todo reseco y agostado, un calor agotador que lo deja todo aplastado, e imagina que todas estas catástrofes no terminen nunca y sigan sin parar hasta la muerte de todo ser vivo. ¿Una visión apocalíptica? Quizás sí, pero no estamos proponiendo ninguna teoría polémica, sino simplemente imaginar cómo sería si en el futuro la naturaleza empezara a perder el equilibrio hasta no poder volver atrás y que fuera incapaz de sostener la vida tal como la conocemos ahora.


Aunque la naturaleza tiene la enorme capacidad de regenerarse a pesar de toda agresión que reciba, no deja de resentir el impacto que nuestra vida ejerce sobre ella, sobretodo porque vivimos alejadas de ella y no interactuamos con ella con la unidad de una relación íntima y vital. Si la naturaleza fuera tan preciosa para nosotros, la cuidaríamos con todas las fuerzas a nuestra disposición, no como sí fuera un familiar lejano apreciado pero que sólo vemos de vez en cuando en una reunión familiar.


Las prácticas del Dharma son un buen punto de partida para empezar el camino que nos devuelva a este entendimiento y afecto íntimo con la naturaleza. Lo importante es que haya una experiencia que nos ligue a toda la naturaleza con una relación personal directa, no como mero pasatiempo, escape, aprecio emocional, lugar para deporte o salida social. Al estar siempre allí, siempre accesible, parece que la naturaleza estará allí para siempre, pero hay que cuidar de las buenas relaciones si queremos mantenerlas. Si no, morirán por alejamiento y falta de atención.


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