viernes, 11 de junio de 2010

El Paseo Matinal





Bajamos la colina del bosque hacia la piscina, los tres perros y yo siguiendo el camino. Dos corren precipitadamente adelante, embriagados por el frescor de la mañana; el otro se arrastra muy atrás, olisqueándolo todo con una atención unidireccional. Los bufidos que salen de entre sus morros son tan intensos que parece que se está muriendo de asfixia. No obstante, él sigue adelante, lentamente, sin prisas, cubriendo cada centímetro cuadrado con sus babas y aspirando grandes bocanadas de aire que emiten olores misteriosos de animales pasados, heces, orina o cualquier cosa que pueda serle útil o crítica para su supervivencia.

Entonces, mi memoria comienza a dar vueltas y se despliega ante mí una escena retrospectiva que me hace recordar dónde y cómo lo encontramos por primera vez, encerrado con una hembra en una pequeña jaula de metro cuadrado, cumpliendo su función de semental valioso para los criadores. Al mismo tiempo veo cómo  ahora su vida se desarrolla de manera completamente distinta.

Seguimos hacia abajo con paso pesado hasta que llegamos a la piscina donde nos juntamos de nuevo con los otros dos. Ahora él empieza a correr más rápidamente. Sé que siempre existe la posibilidad de que entre en pelea con el otro macho, pero eso no ocurre hoy y todos seguimos adelante con brío y alegría, no exactamente juntos, pero tampoco exactamente separados, cada uno siguiendo su ritmo a su manera.

Nos adelantamos por un camino empinado y empedrado que sube la montaña. Ahora él sigue el paso de los demás, aunque no está acostumbrado a dar paseos tan largos. El otro macho, que tiene displasia de la cadera, también anda rápidamente y sin signo de dolor ni de cansancio. La hembra, acostumbrada a jugar muy fuerte, se retiene de darle golpes y se echa a correr en solitario para descargar su alta carga de energía. Luego, cuando estamos a punto de volver a casa por el camino del bosque, me inunda un sentido de euforia y orgullo tan grande, que los cojo en brazos, les doy un abrazo muy fuerte y les digo con asombro, “qué buenos que sois”.

No obstante, a pesar del efecto de felicidad que deja en mí, supongo que no hace gran impresión a los perros, porque después de una pequeña pausa, emprendemos el camino otra vez. Él y yo seguimos nuestro camino lentamente hacia arriba con pasos más o menos pesados según el grado de cansancio de cada uno y la necesidad que él tiene de catalogar los nuevos olores. Los otros dos corren rápidamente cuesta arriba y en seguida desaparecen de la vista para llegar a la puerta de casa mucho antes que nosotros.   

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